No hace falta ser un niño para enfadarse cuando otro juega con tus cosas. De hecho, es una de esas cuestiones que empeora con el paso de los años, como que te sigan llamando Carlitos cuando ya has superado los ochenta o te pasen por delante en la cola del supermercado. A los clubes —adultos en su mayoría, aunque siempre hay excepciones— les cabrea sobremanera que las selecciones nacionales dispongan de sus futbolistas y en las últimas semanas hemos visto un repunte en las hostilidades a cuenta del caso Lamine Yamal, también conocido en Barcelona como el caso Diclofenaco o, para que nos entendamos todos, el caso Voltaren. Llueve sobre mojado en la ciudad deportiva del Barça. En el verano de 2021, la selección española reclutó a Pedri para jugar dos torneos de forma consecutiva, Eurocopa y Juegos Olímpicos, con consecuencias innegables sobre la salud y rendimiento del futbolista en la campaña siguiente. Más recientemente, en noviembre de 2023, Gavi se hizo trizas la rodilla derecha en un partido contra Georgia. Había recibido un impacto sobre la articulación que lo tuvo unos minutos tendido sobre el terreno de juego con claros gestos de dolor hasta que los médicos de la selección comprobaron su estado, le aplicaron un aerosol y lo devolvieron al partido sin mayores precauciones. En el siguiente lance de juego, el futbolista intentó bajar un balón con el pecho y al apoyar su pierna sobre el verde, la rodilla dijo basta. Más informaciónNo son los mejores precedentes para sugerirle a Flick que se tranquilice. Normalmente, cuando alguien te pide que te tranquilices, es cuando verdaderamente te echas a temblar. Lamine acudió a una convocatoria reciente de la selección con molestias en el pubis, no entrenó con normalidad, se le pinchó un antinflamatorio y jugó un número considerable de minutos en los dos partidos del break FIFA. Hay un dicho gallego que dice aquello “outra vaca no millo” y se emparenta con el castellano “vuelta la mula al trigo”, muy apropiados ambos para la ocasión: tras varias semanas entre algodones, Lamine volvió a jugar contra el PSG y el seleccionador español decidió devolverlo inmediatamente a las convocatorias, algo que, por ejemplo, no hizo con Fabián, también reaparecido en el mismo partido de la Liga de Campeones. Suele ser buen motivo la cautela, sobre todo cuando se practica como normal general. En realidad, no existe gran diferencia entre las posturas aparentemente enfrentadas de Flick y De la Fuente: ambos velan por sus intereses, que son los de sus equipos. La diferencia capital estriba en quién paga la fiesta y, aún más importante, en quién aplica un mayor celo en el cuidado integral del futbolista. No basta con llamar a Lamine para preguntar si se encuentra bien antes de convocarlo. Como no debieron bastar las impresiones de Gavi para devolverlo al campo en aquella noche nefasta de noviembre. Mientras tanto, en la AFE, se dedican a tocar el violín, siempre atareados en otros menesteres como el posible traslado de un partido liguero a Miami o los entresijos de la renovación de Frenkie de Jong. En teoría, la AFE nació para proteger al futbolista, pero con el paso de los años ha terminado pareciéndose más a un club de veteranos que a un sindicato. Cada vez se juegan más partidos, se toman menos precauciones y se exprime más a sus asociados, pero la sensación que transmite no parece adecuarse casi nunca a la urgencia que impone la realidad. Es como un gato mirando a una pecera sin que nadie sepa qué llama su atención: si los peces o su propia cara reflejada en el cristal. Miau.

La AFE: un sindicato en modo avión | Fútbol | Deportes
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