Tenía siete años cuando, a raíz de ver a un grupo de chicos jugar en las calles estrechas del casco antiguo de Belén, se enamoró del fútbol. “Crecí en una zona de guerra, inseguridad e injusticia. Con el riesgo de ser atacada, señalada o detenida. El miedo venía de todas partes: de mis padres, de la sociedad, del mundo”, recuerda ahora. “¿Qué hicimos para merecer esto?”, se pregunta continuamente. Honey Thaljieh (Belén, 41 años) jugó a ser una niña “normal en un contexto que no lo era”, y en el balón encontró un refugio. “Era una herramienta para alejarme de la presión social y los traumas, de liberarme. El fútbol me proporcionaba comunidad, sentido de pertenencia, dignidad en el campo, voz y poder para luchar por la justicia”, reflexiona. Aquella niña que corría entre muros y callejones acabaría derribando los suyos. Cofundó la selección femenina de Palestina, de la que fue su primera capitana, y hoy trabaja en la FIFA como relaciones públicas para impulsar proyectos sociales con el objetivo de transformar vidas a través del deporte. Habla de resiliencia, pero es consciente de que no todo el mundo es capaz de enfrentarse a las adversidades de la misma manera. “Todo giró en torno a la esperanza”, resume su vida desde Barcelona un día después de participar en el primer congreso The Change. “Esa fue mi historia de supervivencia: el fútbol”.Thaljieh —que se define como palestina, árabe y cristiana—, vivió la Segunda Intifada siendo una adolescente. Un día, camino a un examen, las calles estaban bloqueadas por los controles militares. Paró una ambulancia para esconderse dentro. No era la única: había más estudiantes en su misma situación. Cuando llegaron al examen y tras tal situación de estrés, mucho se echaron a llorar. El profesor les recitó una frase de Yasser Arafat: “Los palestinos somos como las montañas, no podemos ser movidos por el viento”. Honey no se dejó arrastrar.Pero llegó a perder la esperanza. En 2002 empezó la universidad en Belén, en plena Intifada. Entonces hubo un asedio en la Basílica de la Natividad, al lado de su casa. “Nuestra vida se detuvo por completo durante cuarenta días. Pensamos que no habría un mañana”, recuerda. Su primo fue asesinado. Los días pasaron dejando “trauma” y “lucha”, explica. “Perdimos nuestras esperanzas, nuestros sueños”. Entonces, caminando por los pasillos de la universidad, vio un cartel que le cambió la vida: “Las chicas interesadas en jugar al fútbol, vengan al departamento de deportes”. Fue corriendo al despacho. Pero la directora, Samar Araj, le dijo el anuncio era antiguo, y que no había más chicas. “Empecemos ahora”, la convenció Honey. Araj fue a buscar al entrenador del equipo masculino de la universidad, que le dio un balón a Honey. Ella lo regateó hasta la portería, disparó y le mostró su talento. “Ahora podemos formar el equipo de fútbol femenino”, le dijo el entrenador.Honey Thaljieh, el pasado martes en el Hotel Gallery, en Barcelona.Gianluca BattistaEsta fue la base de la selección femenina de fútbol de Palestina. Comenzaron siendo cinco. Pero crecieron hasta conseguir el reconocimiento de la Federación Palestina de Fútbol y de la FIFA. “Ahora tenemos 30 clubes y cientos de niñas jugando. Hoy la situación es difícil, y hay una pausa debido al genocidio. Pero espero que el fútbol femenino crezca. Tenemos que ser luchando por él”, explica Honey, que jugó hasta que las lesiones le obligaron a dejar el fútbol.Al menos, sobre el césped. Quiso ir más allá y cambiar las cosas desde dentro: empezó a informarse sobre el máster de la FIFA. “Todos se rieron. Soy de Belén, de Palestina. Allí no hay nada, ni oportunidades. Ni siquiera te atreves a soñar. Yo me atreví”. Y fue aceptada. Estudió en Inglaterra, Italia y Suiza, y en 2012 se convirtió en la primera mujer de Oriente Próximo en obtener el título. Logró, además, una de las tres plazas de prácticas para trabajar en el organismo mundial, y desde hace ya 13 años trabaja allí para impulsar proyectos sociales y programas que usan el fútbol para cambiar vidas. “El fútbol cambió mi vida. Me dio dignidad, me liberó de las circunstancias y adversidades por las que he pasado. Me empoderó. Es una herramienta para cambiar la vida de mucha gente”, afirma. Y de ello tiene mucho que ver la identidad. “La identidad te hace libre. Puede parecer que te limita, pero una vez la aceptas, te libera”, asegura.Honey Thalijeh, en el homenaje en su honor en San Mamés.AFP7 vía Europa Press (AFP7 vía Europa Press)Hoy vive lejos de Belén, pero su corazón sigue allí. “Lo que está ocurriendo va contra la humanidad a todos los niveles. Es horrible. Los palestinos tienen derecho a la paz y a la igualdad de oportunidades. No puedo imaginar lo que mi pueblo pasa cada día al despertarse con la destrucción, asesinatos, hambre, genocidio y limpieza étnica”, explica, con el alma herida pero firme y orgullosa de ser palestina.“¿Qué le diría a una niña palestina que sueña con dedicarse al fútbol?”, le preguntan. “Estarás allí, y lo conseguirás. Nunca nos rendimos. Independientemente de lo que esté pasando, nos levantaremos entre los escombros. Esos niños lucharán por un futuro mejor y verán algún día la paz en Palestina. Así somos los palestinos”, asevera con fuerza.Y Honey se despidió con una frase: “La resiliencia del pueblo palestino nunca la he visto en ninguno otro lugar, y nunca la veremos. La historia nunca lo olvidará, y nosotros tampoco”.

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