La familia de Musab Abu Jame, de 28 años, llora su muerte en Jan Yunis. El 6 de octubre, tres días antes de que Israel y Hamás pactaran la primera fase de un plan de paz para Gaza tras más de dos años de ofensiva, Musab murió alcanzado por los disparos del ejército israelí mientras esperaba para recibir comida en un centro de distribución gestionado por estadounidenses e israelíes, al norte de Rafah.Su hermano Mohammed recuerda los últimos momentos antes del tiroteo. Habían salido temprano a pie de la tienda en la que se refugian sus familias y llegaron al lugar donde solían esconderse cada vez que venían a por ayuda, dos veces por semana, con la esperanza de sobrevivir a las balas israelíes. “Mi hermano y yo nos escondimos detrás de un pequeño montículo de arena. Cuando la gente se dirigió hacia el punto de asistencia, nos sorprendió un intenso fuego de tanques y la presencia de soldados a 400 metros de distancia. Mi hermano recibió balazos en el hombro y el cuello y murió en el acto”. Continúa: “Lo transporté con otro joven en un tuk-tuk hasta el hospital Nasser, donde se certificó su muerte. Informé a mi padre, que vino con nuestros familiares para el entierro”.El padre, Raafat Abu Jame, de 62 años, escucha el relato de su hijo. Las señales de profundo dolor aparecen en su rostro. Llora y casi cae al suelo desmayado. Abu Jame ya había perdido a otros dos hijos en ataques israelíes: Naseem, de 30 años, el 14 de diciembre de 2023, y Al Muataz Billah, de 24 años, un día después.“Nunca imaginé ni por un momento que mi hijo volvería sin vida, sobre todo porque le había prohibido que fuera a buscar ayuda”, dice Abu Jame. “Después de que Trump anunciara su plan para parar la guerra, pensé que los soldados israelíes dejarían de disparar y matar. La realidad ha sido muy diferente”.Según una declaración de la Oficina de Medios de Comunicación del Gobierno en Gaza, las operaciones militares israelíes continuaron en los días transcurridos entre el anuncio inicial del plan de paz y el pacto reciente del arranque de su primera fase. Según su recuento, desde el sábado 4 de octubre de 2025 hasta el miércoles 8 de octubre de 2025 incluido, hubo más de 271 incursiones aéreas y de artillería contra zonas densamente pobladas por civiles y personas desplazadas en varias provincias de la Franja. Esto causó la muerte de al menos 126 civiles, entre ellos mujeres y niños, según la misma fuente. Los datos de la oficina de la ONU para asuntos humanitarios (OCHA) muestran que del 1 al 7 de octubre en total murieron 1.025 palestinos en toda la Franja. Después de que Trump anunciara su plan para parar la guerra, pensé que los soldados israelíes dejarían de disparar y matar. La realidad ha sido muy diferenteRa’fat Abu Jame, de 62 años, padre de MusabEl padre habla con pocas palabras dispersas sentado en el suelo, dentro de la tienda de campaña en la que se encuentran desplazados por decimoquinta vez en Al Mawasi, en el sur de Gaza. Describe “un dolor que las montañas no pueden soportar. El dolor es mayor de lo que puede soportar un ser humano”.La familia lleva desplazada desde Shujaiya, al este de ciudad de Gaza, desde el segundo mes de la guerra que cumple ahora dos años, cuando su edificio de cuatro plantas fue destruido. “El sufrimiento y las penurias del desplazamiento no equivalen ni a una fracción a la amargura que siento por haber perdido a mis tres hijos”, asegura. El padre aparta la cara y rompe a llorar, consolado apenas por las palabras de su esposa Fathiya, que intenta calmarlo con refranes populares y versículos del Corán sobre la paciencia y la resistencia.Aunque la madre, de 57 años, intenta mostrar compostura, el profundo dolor es visible en cada detalle de su rostro y en sus palabras, con la respiración entrecortada por la tristeza. Dice que no pueden derrumbarse y rendirse porque saben que “el camino es largo”.“Estamos destrozados. Somos personas inocentes que queremos vivir en paz, pero vivimos un genocidio, estamos muriendo de todas las formas posibles”, dice Fathiya, quien no imaginaba en la peor de sus pesadillas la posibilidad de perder a más hijos. “Mi hijo Musab era prudente y evitaba cualquier lugar que pudiera ser peligroso. Pero los rumores sobre el plan de Trump le animaron a ir en busca de ayuda, y los soldados israelíes le mataron allí”.La madre se esfuerza por proteger a sus hijos y nietos restantes. Su ansiedad por ellos aumentó en los días previos a la aplicación del alto el fuego, ya que esperaba que las fuerzas israelíes aprovecharían las últimas horas para intensificar los bombardeos, como había ocurrido en ocasiones anteriores.“¿Acaso nuestros hijos no tienen derecho a la vida?”Youssef Shabeer, de 51 años, pasa una a una las fotos y documentos de su hijo: certificados escolares, premios y diplomas de cursos de formación. Es lo que queda de Zakaria, de 23 años, que murió en un ataque aéreo israelí en la zona de Al Mawasi, el 2 de octubre. Youssef Shabeer, de 51 años, veterinario y padre de ocho hijos, en el refugio para desplazados de su familia en Jan Yunis, el 8 de octubre. Sostiene una foto de su hijo mayor, Zakaria, asesinado días antes de que entrara en vigor el alto el fuego.Mohamed SolaimaneShabeer mira las fotos de cuando su hijo recibió un homenaje por memorizar el Corán completo a los 17 años, y luego las imágenes de Zakaria, dos años más tarde, trabajando como profesor para niños en la mezquita Khalil al Rahman de Jan Yunis. El padre muestra los certificados que acreditan el talento de su hijo a través de numerosos cursos de fotografía, edición de vídeo y diseño. Zakaria soñaba con dedicarse a la fotografía y a la edición de vídeo. Se ofrecía voluntario para documentar con su móvil el trabajo de organizaciones benéficas dedicadas a la distribución de agua potable y alimentos. “El día de su muerte, estaba grabando en un comedor social que repartía comida a personas desplazadas”.El padre de ocho hijos —tres varones y cinco mujeres— se sienta en una silla de plástico junto a su hijo Ayman y sus familiares, que siguen llegando para apoyar a la afligida familia. Shabeer lucha por ocultar sus lágrimas mientras habla de las cualidades de su hijo mayor. “Tenía una personalidad amable, era muy tranquilo y le encantaba servir y ayudar a la gente, incluso a costa de sus estudios y de su propia vida”, dice. No tenía ninguna relación, “ni lejana ni cercana” con organizaciones políticas.“Mi hijo era un joven como el resto de estudiantes que, debido a la guerra, tuvo que retrasar el fin de sus estudios universitarios. Solo le quedaba una asignatura, el proyecto de fin de carrera”, dice Shabeer. “Soñaba con graduarse, trabajar, tener una vida pacífica y vivir sin guerras”.La voz del padre se quiebra por el dolor y la ira: “¿Por qué un joven en la flor de la vida es asesinado con tanta brutalidad por misiles lanzados desde aviones israelíes? ¿Acaso nuestros hijos no tienen derecho a la vida? ¿Acaso no tenemos derecho a alegrarnos de que estén vivos y felices?”Shabeer, un veterinario que estudió en Pakistán y obtuvo una maestría en Medio Ambiente y Salud en la Universidad Islámica de Gaza, se enteró de la muerte de Zakaria por su hijo Ayman. Una persona que estaba allí le dijo a Ayman que su hermano estaba herido, pero cuando el padre salió de su trabajo en Jan Yunis y llegó al hospital Nasser, su hijo ya había muerto.El ejército israelí había destruido previamente el apartamento de Shabeer en el centro de Jan Yunis y otra casa en la que se estaba preparando para mudarse en Al Qarara, al norte de la ciudad. Sus otros hijos supervivientes son Iman, que estudia medicina, Ayman, que estudia ingeniería informática, Aya, que estudia enfermería y Basma, Ameen, Nesma y Alaa, de 12 años, todos ellos en diferentes cursos escolares. El momento en que Shabeer identificó el cuerpo de su hijo en la morgue del hospital, lo considera “el más difícil” de su vida. “La peor sensación en la vida es perder a tu hijo, un sentimiento que no puede compararse con ningún otro. Sientes que estás perdiendo lo que más aprecias”.Separada por un tabique de hojas de palmera y tela, la madre, Samah, de 45 años, está sentada con sus parientes femeninas, que no se han separado de su lado desde el primer día de la muerte de su hijo. Una semana después de perder a Zakaria, sigue conmocionada.Igual que otros gazatíes, pensaba que los bombardeos y los asesinatos cesarían inmediatamente tras el anterior anuncio de Donald Trump. “Pero la muerte siguió acechando a los inocentes”, afirma.Los rumores sobre el plan de Trump le animaron a ir en busca de ayuda, y los soldados israelíes le mataron allíSamah, de 45 años, madre de ZakariaLa madre habla con gran dificultad, con el dolor grabado en su rostro bañado en lágrimas. “Tu hijo está contigo por la mañana, desayunas con él y conversas, y al mediodía se convierte en un cadáver y lo pierdes para siempre. Es una catástrofe”, dice, casi gritando.“Zakaria estaba a mi lado hasta las nueve de la mañana. Solo unas horas después, su hermano Ayman me dice que lo han matado. ¿Cómo? ¿Por qué? ¿Qué ha pasado? No hay respuesta, salvo que un avión israelí atacó un comedor social donde él estaba filmando y murió mientras lo trasladaban al hospital”.Samah rezaba cinco veces al día, pidiendo a Dios que no le arrebatara a sus seres queridos. “Cada día que seguíamos con vida, daba gracias a Dios y siempre me decía a mí misma que el infierno del desplazamiento en Al Mawasi no era nada comparado con la muerte de uno de mis hijos”, afirma. “Solía sentir pena por las madres de los muertos y rezaba por su paciencia y resistencia. Nunca imaginé que me convertiría en una de ellas”.Samah recuerda las últimas palabras de su hijo la mañana de su muerte. Él había bromeado sobre volver al final del día para comer maqluba kadhaba, un plato tradicional palestino que normalmente se cocina con carne o pollo, arroz, patatas y berenjenas, pero que se llama “falso” maqluba porque no lleva carne, porque no hay. Ella se lo estaba preparando cuando llegó la noticia de su muerte.Con las manos cubriéndose el rostro, respira hondo y pregunta: “¿Por qué Israel comete estos crímenes contra ellos?”. Y añade: “Si los asesinos fueran juzgados aunque solo fuera una vez, no se atreverían a continuar con este genocidio”.Junto a otras mujeres, Samah reza pidiendo misericordia para su hijo. “No quiero que ninguna madre sienta mi dolor. Es un dolor que nunca se olvidará y que me acompañará mientras viva”, dice con angustia. “Estaba planeando su boda después de la guerra, quería que sus hijos jugaran a nuestro alrededor, deseaba vivir en paz. Todos esos sueños se han roto”.Este artículo fue publicado en colaboración con Egab, una plataforma que trabaja con periodistas de Oriente Próximo y África.

El plan de paz llegó tarde para Musab y Zakaria | Planeta Futuro
Shares: