“Parece que la vida me debía un Mundial”, concluyó Julen Lopetegui mientras Qatar celebraba su segunda presencia consecutiva en la gran cita futbolística, la primera lograda en el césped. “Hay ilusión por estar en un torneo así después de lo que sucedió”, deslizó el técnico que iba a guiar a España en la cita de Rusia en 2018. Hasta que por el medio se cruzó un contrato, a la postre efímero, con el Real Madrid y una inopinada destitución decidida por el entonces presidente federativo Luis Rubiales mientras la selección española velaba armas para el estreno en Krasnodar. Lopetegui se fue por la puerta de atrás, y en medio de un tumulto, de aquel Mundial. Ocho años después está ante una segunda oportunidad forjada sin apenas pausas. En mayo se hizo cargo del equipo, en octubre canta victoria tras sentarse cinco veces en el banquillo y ganar apenas dos partidos. No era sencillo imaginar ese giro cuando había iniciado la temporada en la Premier, a los mandos de un West Ham United que había invertido casi 150 millones de euros en refuerzos. Pero todo salió mal en Londres y el cartel de Lopetegui en las Islas, donde ya había pasado por los Wolves, se difuminó. La llamada de Qatar llegó no sólo como una válida alternativa laboral sino también como una oportunidad para curar viejas heridas.Qatar había destituido a Luis García, hoy entrenador de Las Palmas, tras una dolorosa derrota en Kirguistán. No tenía opciones de lograr el billete a la primera, pero tenía en la mano una asequible repesca. Era una buena oportunidad en un contexto que asegura ocho billetes mundialistas para la confederación asiática, así que uno de ellos es para un equipo que mantiene la base que llegó al torneo que organizó hace tres años y del que fue la primera eliminada. Tres derrotas ante Ecuador, Senegal y Países Bajos evidenciaron la debilidad de un equipo en el que la referencia es Akram Afif, mediapunta que intentó la aventura europea en el Villarreal y encadenó sin éxito varias cesiones (una de ellas al Sporting) antes de regresar al emirato.“Tenemos un equipo bastante veterano”, asume Lopetegui, que en el partido que le dio la clasificación ante Emiratos Árabes Unidos (2-1) alineó a Sebastián Soria, un delantero uruguayo que salió de su país en dirección a Qatar en 2004, un tiempo en el que Lopetegui acababa de dejar su primer banquillo, el del Rayo Vallecano en Segunda División. Desde entonces edificó una carrera con altibajos marcada por su relación con la Federación Española de Fútbol, donde escaló desde la selección sub-19 a la absoluta tras una estancia provechosa en el Oporto. En ese trayecto se ganó fama de profesional abnegado que prepara equipos que quieren ser dominantes a partir de la presión y el manejo de la pelota en campo contrario. También de coleccionista de memes, como el que circula desde que hace ya casi veinte años sufrió un desmayo en un plató televisivo. Este martes en Qatar también pareció que iba a sufrir un K.O. Siempre activo en la banda, seguía el juego tan de cerca que un despeje de un jugador de su equipo le impactó en el rostro y le mandó a la lona. “Fue un hostión, pero me levanté antes de que contasen diez, como Rocky”, apuntó al final. En realidad ese es Lopetegui, el hijo de Aguerre II, un legendario morrosko levantador de piedras. Cada vez que se cae ahí está para alzarse de nuevo.

El Mundial que le debía la vida a Lopetegui: dirigirá a Qatar en la Copa del Mundo de 2026 | Fútbol | Deportes
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