Si se consigue cruzar el espeso y atosigante bosque de la mercadotecnia desplegada por Taylor Swift y defendida por su guardia pretoriana de fans, queda la música. Y la música hoy se ofrece en The Life of a Showgirl, su álbum número 12, lanzado a primera hora de esta mañana bajo un secretismo digno de consideración. Swift mantuvo a todo el mundo a raya, con apenas alguna filtración que no se sabía si era una canción realmente suya: nadie fuera de su entorno había escuchado el álbum y no se lanzaron canciones de adelanto. Solo contábamos con lo poco que la artista aportó en aquel podcast con su hoy prometido, Travis Kelce, el profesor de gimnasia, como ella misma lo definió. Anunció una vuelta al pop alegre y pegajoso y solo doce temas, y este último dato lo subrayó por su propensión a los álbumes largos: el anterior, The Tortured Poets Department (2024), suma 31 piezas. Sin embargo, resulta decepcionante su promesa de regresar al pop chisposo de 1989 o Red, algo que se podía intuir ya que la producción la firman los suecos Max Martin y Shellback, con los que trabajó en aquellos discos, amos del estribillo comercial dosmilero. Ya dábamos pues por perdida la profundidad que desplegó en los álbumes producidos por Jack Antonoff y Aaron Dessner (del grupo The National), básicamente los cuatro últimos, con especial mención al descarnado Folklore (2020), acaso su cumbre discográfica. ¿Qué nos ofrece entonces The Life of a Showgirl? Pues una propuesta dubitativa, conservadora, a veces a rebufo de sus pupilas (Olivia Rodrigo o Sabrina Carpenter), en pocas ocasiones brillante y en algunas, sobre todo en la parte final, olvidable. Si a eso añadimos que en la parte lírica Swift (Pennsylvania, 35 años) apenas escribe desde la figura de exnovia agraviada y vengativa que tanto nos ha hecho disfrutar, aquí tenemos un disco de transición realizado precipitadamente mientras estaba más centrada en sacar adelante la exhausta y exitosa gira The Eras Tour que en elaborar música de fuste. Taylor Swift en una imagen promocional de su nuevo disco, ‘The Life of a Showgirl’. RRSSY eso que el álbum comienza bien, con The Fate of Ophelia, un tema empujado por sintetizadores y una estructura original, pero lastrado por una letra plañidera sin duda dedicada a su prometido, Travis Kelce: “Una tarde me sacaste de la tumba y salvaste mi corazón del destino de Ofelia”. En general estamos ante un disco demasiado inofensivo para una estrella como ella, un trabajo que se mueve entre el pop suave (los mejores momentos) y las canciones ultraprocesadas años dos mil, que son parte de la especialidad de Max Martin y que a veces parecen descartes de un disco no muy bueno de Katy Perry. En pocas canciones saca su escritura punzante. Lo hace en Actually Romantic, un tema muy Olivia Rodrigo, donde responde al ataque que le propina Charli XCX en Sympathy Is a Knife: “Te escuché llamarme ‘Barbie aburrida’ cuando la cocaína te hizo valiente”. Toma ya: esta es la Taylor ofendida que esperamos. También saca la daga en Father Figure, con una referencia melódica al tema del mismo título de George Michael (que aparece en los créditos), probablemente dedicada a Scott Borchetta, el exdirector del sello discográfico que vendió su música al mejor postor. “Hiciste un trato con el diablo, pero resulta que mi pene es más grande”, le espeta, después de que este mismo año la artista recuperase todo su catálogo tras años de lucha.Wood entra bien, pero es demasiado parecida a I Want You Back, de los Jackson 5, y claro, las comparaciones no son posibles. En Wi$h Li$t cita a un equipo de fútbol de por aquí: “Quieren un contrato con el Real Madrid”. La canción, sin embargo, no trascenderá. La parte final ofrece un resultado desalentador: Cancelled, Honey y The Life of Showgirl (a dúo con Sabrina Carpenter, aunque apenas se la siente) suenan a canciones ya escuchadas demasiadas veces. Elizabeth Taylor, la historia en montaña rusa de una estrella de Hollywood (de ahí el título), está entre lo mejor del disco, un tema con melodramático inicio y con un estribillo contundente. Opalite se puede interpretar como un intento de grabar su Espresso (Sabrina Carpenter otra vez), pero no comparte la chispa de aquel. La balada del disco, Eldest Daughter, pasa sin que el oyente se dé cuenta y con Ruin The Friendship te dan ganas de pinchar cualquier disco de Suzanne Vega. Taylor Swift va a seguir siendo la estrella del pop más grande del momento (junto con Bad Bunny) a pesar de este disco y, quizá por ese posicionamiento ya conseguido, importa poco que su álbum número doce sea tan poco excitante.

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