Una terapia experimental ha salvado la vida de 62 niños afectados por la extremadamente cruel ADA-SCID, una enfermedad genética infantil que debilita las defensas y facilita todo tipo de infecciones mortíferas: neumonía, meningitis, varicela. El padre de una de las niñas, Jeff Nachem, detalla por teléfono el calvario que vivió su familia hace una década. “Fue muy duro. Nuestra hija Eliana tenía que estar encerrada en casa, así que mi esposa también se aisló del mundo para no arriesgarse a infectarla. Yo tenía que seguir yendo a trabajar, pero al regresar a casa tenía que ducharme y ponerme ropa limpia antes de tocarlas”, recuerda desde Nueva York. El revolucionario tratamiento se administra un día y listo, pero es tan sofisticado que puede costar alrededor de un millón de euros. Eliana lo recibió hace una década y ahora lleva una vida totalmente normal. “Saca unas notazas en el colegio, juega al baloncesto y hasta se ha apuntado al coro escolar. Es increíble”, resume su padre emocionado.El tratamiento consiste en extraer, de la sangre o del tuétano de los huesos, las células madre que son precursoras de los glóbulos blancos, para introducir en ellas una copia sana del gen defectuoso y devolverlas corregidas a los niños. Los resultados muestran una supervivencia del 100%, tras un seguimiento que en cinco casos superó la década. Uno de los líderes de la investigación, el médico estadounidense Donald Kohn, cree que todavía es pronto para afirmar que están curados. “Para mí, curación significa ausencia de la enfermedad durante toda la vida. Aún no podemos decir eso. Sin embargo, el periodo de observación ya dura entre 7 y 12 años y los beneficios clínicos se han mantenido completamente estables, así que espero que siga siendo así de por vida”, explica Kohn, de la Universidad de California en Los Ángeles, a EL PAÍS.Más informaciónHasta cinco recién nacidos de cada millón sufren la enfermedad. Como otras patologías infrecuentes, su nombre es impronunciable. ADA-SCID son las siglas en inglés de inmunodeficiencia combinada grave por déficit de adenosina desaminasa, una proteína esencial para activar los glóbulos blancos, las defensas del organismo. Por la falta de esa proteína, los padres de la niña Eliana Nachem tenían que desinfectar concienzudamente cualquier cosa que entrase en su casa, mientras su hija se criaba sin ver las caras de sus seres queridos, tapadas por mascarillas. La enfermedad y otras similares se conocen popularmente como síndrome del niño burbuja, sobre todo desde la estremecedora película El chico de la burbuja de plástico, protagonizada por John Travolta en 1976.Los niños ya no tienen que vivir literalmente en burbujas de plástico como hace medio siglo, pero el aislamiento sigue siendo estricto. “Recuerdo lo enfadadas que estaban muchas personas cuando comenzó la pandemia de covid y se les pidió que se quedaran en casa durante dos semanas. La gente se volvía loca por dos semanas de confinamiento. Muchas de las familias con esta inmunodeficiencia tienen que estar así durante años”, lamenta Jeff Nachem. Para aislar a su hija de virus, bacterias y hongos, los padres de Eliana tuvieron que reubicar a sus mascotas en casas de amigos, prescindir de las plantas, instalar filtros para limpiar el aire, renunciar a comer frutas y verduras frescas. Sin terapia, los niños suelen morir antes de cumplir dos años.El médico Donald Kohn, en su laboratorio de la Universidad de California en Los Ángeles.Elena Zhukova / UCLAEl médico Donald Kohn y sus colegas recuerdan que los tratamientos actuales tienen limitaciones y riesgos. Es posible mejorar las defensas de estos niños con inyecciones semanales de la proteína ausente, pero a largo plazo regresan las infecciones mortíferas. Otra opción es un trasplante de médula ósea, pero hay que encontrar rápidamente un donante compatible y a menudo hay complicaciones. Y existe una tercera alternativa: el Strimvelis, otra terapia génica que ya ha salvado en España la vida de Aitana, una niña cordobesa de 4 años.La historia de Strimvelis condensa la pesadilla que han sufrido las familias afectadas por la enfermedad. El tratamiento nació de una investigación en el Hospital San Raffaele de Milán, desarrollada junto a la farmacéutica británica GSK. Esta terapia también consiste en introducir en las células de los niños una copia sana del gen defectuoso mediante un virus que hace de transportista. La Agencia Europea de Medicamentos autorizó el Strimvelis en 2016 y GSK fijó un precio de unos 600.000 euros por paciente. Sin embargo, apenas dos años después, la farmacéutica transfirió el tratamiento a otra empresa con sedes en Estados Unidos y Reino Unido, Orchard Therapeutics, que también acabó renunciando a la comercialización. La escasez de pacientes y el elevadísimo coste complica la viabilidad de estas primeras terapias génicas, aunque salven vidas. El sistema fracasa con las enfermedades infrecuentes. Por el momento, la Fundación Telethon, vinculada al Hospital San Raffaele, se ha comprometido a mantener la producción de Strimvelis.El inmunólogo Manuel Santamaría llevó el caso de Aitana en el Hospital Reina Sofía de Córdoba. A su juicio, las dos terapias génicas son “similares”, salvo dos detalles relevantes. Strimvelis emplea un retrovirus para introducir el gen sano en las células. Sus resultados en 43 niños muestran un excelente perfil de eficacia y seguridad, pero uno de los pacientes desarrolló una leucemia por alteraciones indeseadas en el ADN provocadas por el propio tratamiento. La nueva terapia del laboratorio de Donald Kohn utiliza otro tipo de virus, lentivirus, y no se ha detectado ningún indicio de este problema. Además, el equipo de Los Ángeles ha logrado congelar las células de los niños tras añadir el gen, lo que permitirá que el tratamiento viaje y se administre en cualquier hospital. En la actualidad, las familias tienen que viajar a Milán para recibir el Strimvelis, que consiste en células frescas. “Son leves mejoras, pero no hay diferencias como para salir corriendo y desechar un tratamiento y adoptar otro. En esencia, estas dos terapias génicas son asimilables”, opina Santamaría.El médico Donald Kohn cuenta que la patente de su tratamiento pertenece a las dos instituciones que lo han desarrollado: la Universidad de California en Los Ángeles y el University College de Londres. La empresa Orchard Therapeutics también obtuvo la licencia de la terapia en 2016, pero detuvo su desarrollo cinco años después por problemas financieros. Frustrados y sin socios a la vista, Kohn y dos miembros de su laboratorio decidieron fundar Rarity PBC, la empresa que ahora posee la licencia de la patente. Kohn, además, acaba de recibir unos 13 millones de euros de una agencia californiana para desarrollar la fabricación industrial de su terapia contra la ADA-SCID.“No sé cuánto costará cada tratamiento”, afirma el médico estadounidense. “Es complejo fabricar el producto celular para cada paciente, ya que requiere una instalación con sala blanca [un cuarto con limpieza extrema y atmósfera controlada]técnicos especializados y un riguroso control de calidad. Actualmente, los pacientes suelen recibir durante varios años inyecciones de proteínas, que también son bastante costosas. Por lo tanto, una terapia génica que se administra una sola vez debería ser más rentable al cabo de unos años”, reflexiona Kohn, que advierte de que tiene acciones de Rarity PBC. Sus últimos resultados, en niños tratados en Estados Unidos o en Reino Unido, se anuncian este miércoles en la revista especializada The New England Journal of Medicine.Juan Antonio Bueren, expresidente de la Sociedad Europea de Terapia Génica y Celular, colabora con Kohn en otro tratamiento experimental que ya ha salvado la vida de una decena de niños con otra enfermedad rarísima, la deficiencia de adhesión leucocitaria tipo I (LAD-I). El investigador español aplaude los “estupendos” resultados del nuevo estudio, pero subraya las dificultades. “Hay un problema para la comercialización de las terapias génicas para enfermedades raras: su coste ahora mismo es enorme, por el propio coste de producción de los virus y de las células modificadas genéticamente, por el coste de todos los controles que exigen las agencias reguladoras y por el hecho de que los pacientes tengan que ser seguidos durante 15 años”, expone Bueren, del Centro de Investigaciones Energéticas, Medioambientales y Tecnológicas (CIEMAT), en Madrid. Los lentivirus ya han demostrado ser una potencial cura para una quincena de enfermedades genéticas infrecuentes. Son algunas de las medicinas más caras del planeta. “Como en EE UU la sanidad es básicamente privada, el precio de este tipo de terapias asciende a cuatro millones de euros y ya está, pero en Europa, donde la sanidad es eminentemente pública, las compañías farmacéuticas se encontraron con el problema de que los gobiernos no autorizaban esos costes tan altos. Y muchas empresas no tienen interés en desarrollar terapias génicas para enfermedades raras”, prosigue Bueren. Jeff Nachem, el padre de Eliana, lo tiene claro: “No sé cuánto hay que cobrar por ello, pero este tipo de tratamiento no debería negársele a un niño pequeño que lo necesita para sobrevivir”.

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