Algunos accidentes urbanos funcionan como fronteras más o menos involuntarias. Culturales, económicas, pero también emocionales. París, por ejemplo, es una ciudad pequeña y densamente poblada. Más que Tokio, Nueva York o Londres. Uno lo entiende leyendo estadísticas o tomando un café en una terraza, aprisionado entre tres mesas y 14 personas fumando. Su relato cultural, sin embargo, se extiende a lo largo del área metropolitana. Pero el Périphérique, el boulevard que rodea la ciudad (la M-30 parisina), es la metáfora de una división, de un cliché, que tensiona las dos Francias. A un lado los ricos, los blancos, los mitos y ritos de la gran República. Al otro, el hormigón de las cités, la inmigración, la delincuencia. Y así permanecería en el imaginario si no fuera porque a veces retumban voces como la de Mbappé. “Tienes que dar más entrevistas, la gente lo necesita”, le decía Jorge Valdano al final de la suya, emitida este domingo en Movistar +.Bondy se encuentra a unos 12 kilómetros del centro de París, a 36 minutos en metro del museo Pompidou. La pequeña ciudad, en la denominada banlieue, pertenece a Seine-Saint-Denis, el departamento con los habitantes más pobres de Francia (sin contar los territorios de ultramar) y con la criminalidad más elevada. Los estigmas de la periferia francesa son severos: desempleo, desigualdades educativas, revueltas. Ser hijo de Bondy es hoy ser vástago de esa Francia poscolonial, imprecisa, diversa y resiliente que nació entre las moles de hormigón de la banlieue. También un fortín, hasta hoy, contra la ultraderecha.Mbappé, único futbolista junto a Pelé que marcó siendo un adolescente en la final de un Mundial, pertenece a ese extraño grupo humano que piensa antes de responder. Se vio otra vez en la entrevista de Valdano, en un perfecto español. Pero también en la que dio algunas semanas antes a L’Équipe. “Si no tuviera esta pasión, el mundo del fútbol me habría asqueado hace mucho tiempo”, afirmó mostrando más que nunca esa disonancia entre quién es él y en lo que se ha convertido el medio donde trabaja. No hay rastro en el Mbappé público de envidia ni de egomanía. Le pregunta Valdano por Lamine Yamal, el jugador que ensombrece su aterrizaje en España, y le defiende. Paciencia con él, que le dejen en paz. Le interrogan sobre Messi, con quien tuvo sus diferencias, o por Luis Enrique, que aseguró tras su marcha que jugarían mejor. ¡O por Vinicius! Y solo son buenas palabras, admiración. Valdano queda fascinado: “Has salido indemne de la fama”.A Mbappé se le relacionó un tiempo con Inés Ru, una modelo transgénero. Y, al menos, él nunca desmintió que así fuera. Para qué. No tiene ninguna relevancia en sí mismo, claro. Pero habla también de lo poco que le importa el dogmatismo primitivo y conservador del mundo del fútbol. La caverna del vestuario. Y de la tontería esa de que un deportista debe hablar dentro del campo.Lo mismo debió moverle cuando criticó a la ultraderecha francesa hace poco más de un año y pidió arrinconarles en las últimas elecciones legislativas, tal y como ocurriría en Bondy. “Estoy en contra de los extremos, los que dividen. Hay jóvenes que se abstienen, quiero hacerles llegar este mensaje. Su voz sí cambia las cosas. Quiero estar orgulloso de defender a un país que representa mis valores. Esto es más importante que el partido de mañana [se jugaba la Eurocopa]porque la situación del país es diferente. Creo en los valores de la mezcla, la tolerancia y el respeto”. Le llovieron críticas, sobre todo de la ultraderecha. ¿Y qué? “¿Tener ideas provoca enemigos?”, le pregunta Valdano. “Eso es que haces las cosas bien”. Aunque algunos prefiriesen que se quedara callado, al otro lado del Périphérique.

Cuando Mbappé habla sin balón | Deportes
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